martes, 8 de febrero de 2011

EGIPTO: ¿EL PODER DE MUBARAK ES EL DESPODER?

Juan María Alponte
http://juanmariaalponte.blogspot.com/

Egipto tiene 50 siglos de civilizaciones. Un general, menos impávido que las pirámides, gobierna desde 1981. Día exacto: el 14 de octubre. El país tiene fronteras difíciles que, desde centurias, plantean problemas: Israel, Palestina, Libia, Sudán. El Cairo sobrecoge, deslumbra y asombra. Es un mundo de culturas y religiones que pululan en las calles, llenas, fermentadas, animadas, acaso, por la mirada, ya en el paraíso de los Premios Nobel, de Naguib Mahfuz, el más grande novelista egipcio. Relator fascinante de los barrios de El Cairo. Escritor perseguido por los islamistas porque no entendían que hablaban de Mahoma o del Kristos (también los cristianos de Egipto, los coptos, arrastran consigo las centurias de la persecución) con la lejanía de un talento que es inmune a cualquier sumisión. Su trilogía de El Cairo es la historia de una familia cairota desde el comienzo del siglo XX, pero ya había vivido El Cairo, en 1798, la llegada de Napoleón Bonaparte que aspiraba a levantar, sobre la Revolución Francesa, un nuevo mensaje: el de la historia.

El general Bonaparte llevó consigo, en su viaje a Abukir y El Cairo, a sabios y soldados. Quería que Egipto fuese un puente, para él, a la eternidad. Sin embargo, Inglaterra, el mayor imperio, entonces, del mundo, imperio que no sólo se oponía a la Revolución Francesa porque sí, sino porque Inglaterra había levantado antes, para lectura de Karl Marx y Federico Engels, la Revolución Industrial y el Régimen Parlamentario. Inglaterra, mientras el general Napoleón –le faltaban seis años para convertirse en Emperador ante la asombrada mirada de Simón Bolívar- inauguraba una nueva etapa en el Instituto de Egipto, la flota británica, la del admirable Nelson, destruía la flota francesa en Abikur y el general Bonaparte quedaba, aislado, en Egipto.

Por pocas, Napoleón, tiene que quedarse en el Oriente Medio mientras sus soldados combatían en Siria. Es la etapa fantástica de Bonaparte en las tierras de Mahoma y del Kristos (traducción griega de la palabra “mesias” del hebreo) y es por esa causa que Inglaterra, en persecución del Gran Corso, entenderá la significación estratégica de Egipto y lo convertirá, después, en parte del Imperio Británico.
Un día, con dinero de los magnates, construirá Inglaterra el Canal de Suez. Cuando Napoleón logró regresar a Francia –no sabía aún que le esperaba una corona como final de la Revolución aunque la anhelara- Egipto se abría a nuevas turbulencias con los turcos, los mamelukos y los británicos.

Napoleón dejó, detrás de sí, un ansia nueva de lo nuevo. No se sabía bien qué era.

Mientras tanto Muhamed Ali desde la Albania islamizada llegaba a El Cairo para imponer su ley. Los turcos también querían su parte en la disputa territorial. África y el Oriente Medio entraban en convulsiones epopéyicas. Los ingleses tomaron la parte del león y se adueñan del Oriente Medio –en olor de petróleo- con Palestina y Egipto. Expansión inmensa del Imperio Británico.

Monarquía egipcia bajo las leyes de los extranjeros. Finalmente, en 1922, Egipto proclamó su independencia, pero habrá de esperarse a 1936 para que las últimas tropas británicas evacuen el país…salvo en la zona del Canal de Suez: esa espina de agua en el corazón de las rutas marítimas del mundo.

Los egipcios de los faraones, después de la fundación del Estado de Israel en 1948 y las guerras perdidas de los árabes, descubren a un nuevo caudillo de la esperanza y del orgullo: el líder de los “Oficiales Libres”. En 1952, ya en el ayer inmediato, los Oficiales Libres toman el poder con el coronel Nasser y el 26 de julio abdica, para siempre, el rey Faruk.

El coronel Naser entra en la historia de Egipto. Proclama la República, se integra en la Conferencia de Bandung y, en 1956, nacionaliza el Canal de Suez. Es una nueva guerra de fronteras en el Oriente Medio. En la guerra con Israel Nasser pierde la batalla y Londres y París tienen que intervenir para establecer una paz que se escapaba, de nuevo, de sus manos. Nasser formula una utopía: crear una república árabe unida. La aceptan, como unión, Egipto y Siria. En 1964 Kruschov se entrevista con Nasser en El Cairo. Estremecimientos en París, Londres, Washington y Tel-Aviv.

Un médico argentino de la revolución cubana, el Ché, aterriza en África para ayudar a los congoleses a crear un país nuevo. Nasser, que le recibe en El Cairo le invita, sin ironía, “a no perderse en la foresta africana”. Mohamed Hassanein Heikal, el más brillante de los comentaristas egipcios de ese tiempo, ardiente y clamorosa voz de Nasser, nos ha dejado, en “The Cairo Documents”, el fulgor de esas conversaciones. Nasser no se burla. Le pone en su sitio a Ernesto Guevara de la Serna (el Ché) cuya madre descendía del último Virrey del Cono Sur, el Virrey de la Serna, que será hecho prisionero por el joven mariscal Sucre en la batalla de Ayacucho. La última batalla de las independencias de Latinoamérica frente a un verdadero ejército español. Diciembre de 1824. Batalla memorable, con la de Junin (en agosto) que ganó Bolívar. Los últimos estandartes militares de España fueron derrotados en los Andes.

Se olvida desde el nacionalismo del silencio.

Nasser le dice a Ernesto Guevara de la Serna que su presencia en África no llegará a ninguna parte. Es un asunto intratable. Nadie le hará caso con sus soldados cubanos de raza negra. El Ché emigrará a Bolivia, último bastión de la utopía. En 1970 moría Nasser ya sin gloria, pero el pesar de Egipto y el mundo fue real. Le sucedió Sadat que, a su vez, será asesinado. Cuando muere, bajo las balas, el mundo se estremeció pensando en otro desastre. La vida seguiría mientras los Hermanos Musulmanes de Egipto comenzaban a imponer sus proyectos islámicos después de decenios revolucionarios desde la palestra de los Oficiales Libres. Nada dura sin instituciones sólidas implantadas en el corazón (y su coraza) de los pueblos. ¿Qué hacer? Una frase de Lenin todavía sin respuesta.

Naguib Mahfuz, el primer Premio Nobel de Egipto y de África en su tiempo, retrataba la historia de Egipto y de El Cairo en sus novelas impresionantes. Un día un fanático asestó al novelista una puñalada. Grave, casi ciego, nos dejaba más y más líneas del combate, inextinguible, frente al dogmatismo cerril. De El Cairo me queda, en la memoria, la tempestad de una ciudad sin freno y llena de un pueblo en constante movimiento como una ola. Es en El Cairo donde vi, por vez primera y última, en vida, a Yasser Arafat, el líder más popular de Palestina. Su conferencia de prensa (en El Cairo había pasado su juventud) fue como todas las conferencias de prensa, pero recuerdo sus manos móviles, su barba penetrada de hilos blancos y sus ojos muy abiertos y nada esquivos, pese a su leve tamaño.

Finalmente, en esa trepadera que es la existencia, un general (presidente-general) Mohammad Hosni Mubarak se hacía cargo del poder en Egipto en 1981. Hay elecciones y asambleas, pero el general-presidente parecía inamovible y para siempre. Debajo estaba una marea de conflictos y contradicciones, que Nasser y Sadat vivieron antes, donde el islamismo radical y las contradicciones políticas y religiosas no han encontrado soluciones a sus interrogaciones.

El poder cree que se entierran, pero la verdad es que se pudren bajo las cenizas del tiempo y, de repente estallan. Creer que en México el problema de la violencia son los narcos es olvidar que el fundador del PAN, Gómez Morín, de la generación de Vasconcelos, que le llevó a la dirección de la Facultad de Derecho, nos dejó unas palabras terribles: “Lo verdaderamente indudable e indubitable de México, es el dolor y ese dolor, sintetizo sin cambiar en modo alguno el sentido, se debe a la miseria y la opresión”. Mientras no resolvamos ese problema de fondo la barbarie de la violencia que vivimos será inacabable si no se sabe resolver esa encrucijada fundamental que cabalga, con la muerte, a la vera de un país sin las instituciones que posibilitan la convivencia.

En ese mundo, a su vez, que es El Cairo los acontecimientos de Túnez, otro país islámico cruzado por la apología policíaca de un poder oligárquico, han traspasado las fronteras del árabe –lengua admirable que hizo de Bagdad, en el siglo VIII la Ciudad de la Paz y la Sabiduría- y han llegado a El Cairo de Naguib Mahfuz –que nos abandonara para siempre en el 2006 a los 95 años- con una explosión de cólera que dormía, al parecer, bajo un poder impasible que, ahora, ante El Cairo en movimiento de pasiones, ofrece cambios de gobierno y la promesa, del propio Mubarak, de que no se presentará en las próximas elecciones. Parece mentira que no lo descubriera antes.

Por lo demás leo para ustedes las cuatro últimas líneas de Mahfuz en un novela suya cuyo título original era “Awlad harati-na” y que ha sido traducida, al español, como “Hijos de nuestro barrio”. Esas últimas palabras son claras y valen para todos los poderes reproducidos, a la izquierda o la derecha, en nombre de la revolución o la perversión y que creen durar para siempre. Mahfuz termina su novela así (seguramente para transformarla en Historia), sólo así: “La opresión ha de tener un final, como la noche sigue al día, y veremos en nuestro barrio la caída de los tiranos y el amanecer de la luz y los prodigios”.

Dice Mahfuz que lo escuchó en las calles de su tiempo mientras yo, a lo largo del Nilo, llegaba a las pirámides para ver si era verdad que estaban sobre la faz de la Tierra. Tengo que decirles que son de verdad y, cada día, se descubren más inauditas sepulturas de faraones. Al menos los enterraron en un desierto, a la vera de un río milagroso, donde todo puede ocurrir: hasta la puñalada homicida que atravesó la vida de Mahfuz sin apagarla. Tuvieron que llegar los dioses para llevárselo consigo. No me lo dijo él. Lo sé. Egipto, se me olvidaba entre las pirámides y el Nilo, tiene 86.2 millones de habitantes y 2,940 dólares per cápita.



http://pacocalderon.net

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